Nuestros amigos tenían problemas muy graves planeados por su situación: cómo sobrevivir, cómo organzar formas pacíficas de vida; pero, además, tenían sus problemas personales. Eran adolescentes, estaban experimentando muchos cambios. A Omar le gustaba hablar con María. A los dos les preocupaban las mismas cosas.
-Es que no sé como soy -dijo María-. A veces soy alegre y otra, de repente, me pongo muy triste y me gustaría no ver a nadie.
- A mi me han preocupado siempre muchas cosas. Yo he pasado toda mi niñez en Chiapas, en un lugar muy pobre, viviendo en una choza. Vivíamos muy mal, pero yo no tenía miedo. Mi padre murió y yo tenía que traer dinero a casa. Sabía todo lo que tenía que saber. Se hacer fuego, cuidar de un campo, ordeñar una vaca, pescar. Fue al entrar en la escuela cuando empece a sentir miedo. No era mi mundo. Lo que se valoraba no era lo que yo sabía hacer. Yo había ayudado mucho a mi madre, pero las matemáticas no se me dan muy mal.
-Tampoco me siento yo muy a gusto. Me gustaría tener mucho éxito, como Lina, pero al mismo timpo me da un poco de rabia las tonterías que hace para atraer a los chicos. Pero no se si en el fondo lo que siento es envidia.
Una mañana vieron a uno de los chicos arrodillado a la salida del sol.
-¿Qué haces? -le preguntó uno de los pequeños.
-Estoy rezando para que nos encuentren.
El pequeño se arrodillo a su lado.
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